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INSTITUTO DE LOS ANDES

SISTEMA MOR: ENDORFINAS

AHORA ya sabemos que la felicidad se sustenta en una proteína cuya glándula se encuentra en la base del cerebro. El doctor me ha recomendado que haga 45 minutos de ejercicio al día y que me olvide de todo lo demás. O sea: de ayudar a cruzar abuelitas por el paso de peatones o de tener los trimestres del IVA perfectamente archivados. Lo importante es liberar endorfinas en una proporción suficiente. De haberlo sabido no me habría pasado media vida atormentado por mi ruinoso expediente académico. Con una tabla de flexiones a la caída de la tarde, hubiera liberado endorfinas adecuadas para ahuyentar la mala conciencia. Pero, por lo que se ve, no estaba entonces para cursiladas de esa naturaleza y me consolaba a base de proteínas con tónica, que vienen a causar los mismos efectos narcóticos, con la salvedad de que al día siguiente sufre uno un derrumbe de endorfinas acojonante.
Dice el doctor que el deporte estimula la glándula referida y que las endorfinas actúan sobre los receptores que generan analgesia, en un efecto sedante similar al que provoca la morfina. Lo que es la ciencia. A medida que avanza el conocimiento se desploma todo el universo de obligaciones y deberes que teníamos tan ricamente construido. Lo esencial, visto lo visto, no es tener las tareas hechas ni amar al prójimo sobre todas las cosas, sino secretar los gramitos de endorfinas correspondientes. Ignoro si debemos alegrarnos o inquietarnos por el hecho de que todo nuestro bienestar interior dependa de unas partículas tan diminutas alojadas en la masa encefálica.
Lo cierto es que ayer mismo abandoné la piscina climatizada tarareando la melodía del cuponazo del viernes, lo que es un indicador infalible de todo lo que viene sosteniendo el doctor. No hay duda de que iba enchufado de endorfinas y ni me acordé del estado de emergencia por el que atraviesa el país. Siguiendo este razonamiento, sobradamente fundamentado, por cierto, mejor que un pacto de Estado sería conveniente una tabla de ejercicios aeróbicos y zumbando.
La testosterona ya es otra cosa. Una hormona que se dedica a crear tensiones innecesarias en el individuo es una sustancia poco recomendable. No hay derecho a esos estados de ansiedad que ocasiona este bichito impertinente. Por mucho que don Gustavo Adolfo Bécquer lograra embridarlo y compusiera esos versos tremendos que todo el mundo conoce. Yo renunciaría a la testosterona, si fuera posible, y concentraría todas mis fuerzas en la generación de endorfinas, que traen mucha más cuenta. Dónde va a parar.
Tampoco me convence la adrenalina, pese a su función determinante en situaciones de peligro. Se comprende que si las glándulas suprarrenales no fabricaran esta sustancia cuando es debido nos comería el león en la selva o nos meteríamos de cabeza en hipotecas inasumibles (¿y si el problema no han sido las subprime sino la falta de adrenalina?). En cualquier caso, la adrenalina, con toda su importancia capital, produce unos efectos desasosegantes que no compensan.
Por decirlo de una manera sin circunloquios, soy abierto partidario de las endorfinas. Me rindo ante sus efectos analgésicos por el módico precio de unos cuantos largos de piscina. Usted dirá que menuda militancia insulsa y quizás tenga razón. Pero en un mundo plagado de peligros no hay nada como salir por la mañana temprano provisto de unas diminutas partículas alojadas en el cerebro.
amvillafaina@gmail.com

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