China es la segunda potencia económica del planeta, pero ocupa el puesto el número 83 en términos de Producto Interno Bruto (PIB) per cápita, según el Fondo Monetario Internacional (FMI).

El Banco Mundial (BM), por su parte, estima que el país representó el 9,5% del producto bruto mundial en 2010, el doble que hace cinco años, y duplicará el PIB estadounidense en 2030, si sostiene un crecimiento del 8% anual.

Pero en el ránking que hace sobre PIB per cápita, los chinos, con un ingreso anual de US$7.518, figuran en el puesto 85, después de Jamaica, Tailandia y Argelia, y a años luz de los US$47.123 de Estados Unidos.

Y en la clasificación que elabora la CIA sobre el mismo índice de ingreso promedio China ocupa el lúgar número 101, más abajo que Albania, Ecuador y República Dominicana.

¿Es posible, entonces, que el primer exportador mundial, máximo consumidor de automóviles y líder en los sectores de sea a su vez más pobre que estas naciones en desarrollo?

Es lo que dicen con astuta modestia los dirigentes del Partido Comunista Chino, comenzando por su secretario general, Hu Jintao: "China es un país mediano".

Desmenuzando las cifras

Los chinos tienen más de 20 palabras para especificar cantidades y diferenciar la medición de personas, tipos de animales, formas o papeles.

La economía es una ciencia bastante más rudimentaria a la hora de mesurar las cosas.

El PIB, citado con frecuencia como última palabra en un debate económico, dice menos de lo que se suele asumir, como queda claro en la famosa paradoja de la cena.

Cocina china

"Cocina china"

Ésta compara al PIB con una cuenta de restaurante. Según la cuenta, en una mesa de dos personas se consumió un pollo entero, papas, ensalada, luego de una buena entrada, todo coronado por un maravilloso postre y rociado por el mejor de los vinos.

A primera vista una comilona para dos afortunados.

El problema es que la cuenta no especifica que un comensal comió todo mientras que el otro se tuvo que contentar con pan y agua.

Un instrumento un poco más refinado que el PIB es el poder adquisitivo, que mide el impacto del costo de vida en los ingresos, es decir, qué se puede comprar exactamente con lo que se gana.

Acá las cosas cambian. Aplicando esta medida, las tres fuentes consultadas por BBC Mundo -el FMI, el Banco Mundial y la CIA- ubican a China en tercer lugar después de la Unión Europea y Estados Unidos.

Pero el poder adquisitivo tampoco resuelve la paradoja de la cena, porque no dice mucho sobre el crucial tema de la distribución.

Ricos y pobres

El coeficiente Gini, usado para medir la disparidad de ingresos, muestra que China se encuentra entre los países más desiguales, superando incluso a Estados Unidos.

Junto a los 115 billonarios chinos de la última lista Forbes, hay millones que ganan muy poco y tienen que elegir la migración como una salida a la pobreza.

Según la Organización Internacional del Trabajo (OIT), China es -al menos en términos nominales- el país que exporta más fuerza laboral en el mundo.

Hsiao Hung Pai, autora de "Chinese Whispers" ("Susurros chinos"), ha investigado el fenómeno de la migración interna y externa y le dijo a BBC Mundo que esta pobreza es evidente en la división campo-ciudad de China.

"Son dos mundos diferentes. La migración rural genera una población fantasma urbana que busca mejores condiciones y no tiene ningún derecho, en China o como emigrante ilegal en el exterior".

En el interior chino ha habido una como las que sacudieron a Toyota y Foxconn (en este caso después del suicidio de 13 empleados) y que terminaron en alzas de salarios.

El gobierno mismo ha impulsado estas demandas salariales y ha concedido aumentos a los empleados estatales.

A partir de la crisis mundial de 2008, Pekín anunció que pasarían de un modelo de crecimiento exportador a otro más basado en el consumo.

Sin embargo, para este modelo se necesita que los chinos tengan mayores ingresos.

Con una población de 1.300 millones y un sostenido crecimiento, China es una potencia mundial con cada vez más peso, pero la situación de sus habitantes dependerá de políticas distributivas que garanticen cuánto le toca a cada uno en la multitudinaria cena de su PIB.