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INSTITUTO DE LOS ANDES

THOMAS MALTHUS


THOMAS MALTHUS
 
Por: Ricardo Becerra - La Crónica de Hoy
Releo la legendaria New Left Review (núm. 197, de 1993) y encuentro un profético artículo de la economista canadiense Harriet Fredmann (“La economía política de los alimentos: hacia una crisis global”) en el que se diagnostica y vaticina un mundo así: “…la producción agrícola mundial avanzó durante treinta años a través de reglas implícitas, siempre al margen de las reglas comerciales —fue este sector el que hizo fracasar, en definitiva, la Ronda de Uruguay del GATT— para favorecer la economía agrícola o agroindustrial, pero no las necesidades alimentarias”. Y añadía, visionaria: “la seguridad alimentaria se privatizó, para convertirse en seguridad de los grandes productores agrarios, quienes tarde o temprano, sea por la droga, por otro cultivo o por otra necesidad económica, apartan la siembra de la tierra de las necesidades de la alimentación”. Es decir: se ha creado y sobreprotegido una economía agraria cuyo fin ya no es alimentar a la población, sino la búsqueda de nuevas oportunidades de negocio, “de otro nicho en la globalización”.
Exactamente. Sólo así se explica la tremenda paradoja que aparece ante nuestros ojos. Nunca antes, como en el año 2007, Estados Unidos había sembrado tantas hectáreas de maíz. Y no fue suficiente. El maíz subió 110 por ciento en año y medio. O veámoslo así: el año pasado EU pudo producir la mayor cantidad de maíz de su historia; el problema es que un cuarto de esa cosecha ya no fue destinado al mercado de alimentos, sino a la producción de etanol, combustible y aditivo para el voraz mercado energético. La estructura legal y arancelaria y los subsidios al sector agrario están lejos de corresponder al ideal de la “seguridad alimentaria” para auxiliar otras necesidades, otros sectores, otros negocios.
Según el Departamento de Agricultura de EU, en el 2008 es probable que se repita la cosecha récord, pero la ley federal de biocombustibles (animada por los farmers norteamericanos) obligará a que una parte todavía mayor de terreno se dedique a la producción de etanol. La misma oficina advierte: “en tres años no quedará superficie de tierra disponible para sembrar más maíz como biocombustible”. Y si el maíz sube, se incrementan también el pollo (que lo consume), el huevo, las bebidas de fructuosa y un largo etcétera.
¿Quiere decir que la sustitución de tierras para dedicarlas a los biocombustibles es el único factor para el alza de los precios de los alimentos? No. El precio del arroz, el algodón, el trigo, la leche, se han incrementado mucho a pesar de no ser útiles para la generación de combustibles, y sin embargo se han incrementado incluso más que el maíz. ¿Por qué? Por el aumento de la población mundial que los puede comprar. Al comenzar el siglo éramos algo más que 6 mil millones de personas, hoy ya rondamos los 6,700 millones de seres humanos, aumento que ha nacido en países muy grandes cuya peculiar condición es protagonizar un despliegue económico espectacular, nunca visto antes dada la cantidad de personas involucradas: China, India, Indonesia y otros más, con poder de compra y capacidad para demandar alimentos (recuérdenlo, son el 40% de la población mundial). La FAO calcula que cada día de 2007 los seres humanos necesitamos 15% más de arroz, 10% más de trigo, 10% más de pollo, 5% más de maíz y 5% más de carne para poder satisfacer sus mesas ¡que en el 2005! Sólo dos años antes.
La moraleja es sencilla: la búsqueda de opciones al petróleo ha encontrado un mal camino; es posible que en otro momento de la historia económica la producción de biocombustibles hubiese sido una estrategia atinada, pero no justo en el momento en que el planeta demanda alimentos como nunca antes. Pero esta adversidad ha logrado lo que décadas de negociaciones arancelarias no pudieron: al menos 30 países han bajado impuestos al valor agregado y aranceles a importaciones de trigo, soya y maíz desde 2007 (y nosotros desde ayer, por decisión correcta, pero algo tardía, del presidente Calderón). La India eliminó un arancel de 36 por ciento a la importación de harina de trigo e Indonesia los suprimió al trigo y la soya. Perú quitó los aranceles al trigo y el maíz. Turquía bajó los del trigo de 130 a 8 por ciento y los de la cebada de 100 a cero por ciento, y es muy probable que Brasil elimine su impuesto de 10 por ciento a la importación de trigo. El encarecimiento de los alimentos está logrando lo que años de conversaciones comerciales no consiguieron: derribar las barreras a la importación.
Todo un revulsivo de la economía política global que vuelven a convocar las lúgubres palabras de Malthus: “bajo diferentes formas, la presión poblacional recuerda la finitud de los recursos, en última instancia y bajo las formas en que se presente, la finitud de los alimentos para la humanidad”. ¿Por qué tengo la impresión de que no lo hemos leído bien? - ricbec@prodigy.net.mx

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