INTELIGENCIA EMOCIONAL
Por: NORMA DILASCIO
“Los jóvenes, con sus inconductas, son víctimas del miedo de los adultos a decir no”
El mayor desafío para la educación es el cambio de paradigma. La pedagogía debe examinar los supuestos sobre el sentido, la función y la finalidad de la educación para adquirir una nueva conciencia y poder responder a los intereses y las necesidades de los chicos del siglo XXI.
Perfil
Maestra normal egresada del Colegio Guillermina Leston de Guzman y licenciada en Ciencias de la Educación. Fue profesora de la UNSTA y del Instituto de Perfeccionamiento Docente; pionera de la escuela para padres en la década del 80. Sus estudios sobre la conducta de los niños la llevaron a escribir el libro “¿Necesita mi hijo ayuda psicopedagógica?”.Tiene dos hijas -una psicóloga y una médica- y tres nietos. Le gusta leer, investigar, escuchar música y tocar el piano (es profesora de piano) y bailar (integró el Ballet Estable de la Provincia).
La educación está en crisis. Quizás no se comprenda ni se sepa cabalmente cuál es la génesis del deterioro progresivo de este proceso, pero no por esto puede ser soslayado o ignorado. Al contrario, reclama modificaciones concretas y a corto plazo. Así lo entiende la pedagoga y investigadora de la conducta de los niños Norma Dilascio, quien además reconoce que la formación de niños y de jóvenes es hoy una tarea compleja. LA GACETA conversó con Dilascio sobre este tema que preocupa a la sociedad. - ¿Se puede educar hoy, cuando los valores pierden consistencia, la libertad pareciera no tener límites, y los padres no saben cómo manejar la relación con sus hijos? -O sea que los niños de hoy son diferentes... - Los padres admiten que es difícil educar a sus hijos ¿Se los puede ayudar? - ¿Cuál es el mejor consejo? - ¿Hay alguna clave que favorezca la educación de los hijos? - Los límites y las normas prácticamente ya no existen. ¿Esta ausencia podría ser considerada una forma de maltrato? - ¿Qué perfil tienen los hijos de los padres que no saben poner límites? -¿Por qué hoy cuesta tanto poner límites, decir “no” a los hijos? - ¿Qué sucede cuando los padres son excesivamene autoritarios? - La comprensión también necesita límites... - Háganos una síntesis acerca de cómo se debería educar a los hijos.
En opinión de la especialista en Ciencias de la Educación, el abordaje de la crisis educativa involucra a padres, educadores, instituciones educativas y al Estado. Es una tarea algo compleja pero factible de ser modificada si existe la voluntad de cambiar lo que se está haciendo mal.
- Es posible, y el mayor desafío es cambiar el paradigma. El problema de la educación no se resuelve sólo con la modificación de contenidos en un plan de estudios diseñado por unos cuantos pedagogos. La pedagogía requiere una nueva visión de los chicos del siglo XXI.
- Sí, los niños son diferentes y nos interpelan con sus nuevos patrones de conducta. Hay que escucharlos y estar presentes, verlos actuar, acompañarlos, estimularlos, respetarlos y responsabilizarlos. Los niños deben ser nuestros guías en la educación. Tenemos que examinar los supuestos sobre el sentido, la finalidad y la función de la educación para adquirir una nueva conciencia y poder responder a las necesidades y a los intereses de los niños de hoy.
- Justamente el deseo de ayudar a los padres y a los docentes que tienen problemas para educar a los chicos es lo que me llevó a escribir el libro “¿Necesita mi hijo ayuda psicopedagógica?” Cuento experiencias vividas como educadora y como madre, brindo observaciones y consejos que pueden servir de ayuda a padres y docentes que tienen dificultades con los chicos cuando asumen su función de educadores en los ámbitos familiar y escolar.
- Los niños aprenden lo que viven. Imitan, no obedecen. Esto es muy importante para la internalización de los valores. De nada vale enseñar ideas morales si los niños no adquieren hábitos a partir del ejemplo de los adultos. Los educadores (familia, docentes) nos arman en la niñez una hoja de ruta, una guía para caminar por el complicado territorio de la existencia. Nos dan una mochila con provisiones valiosas: amor, afecto, atención, aliento, estímulos mentales, ejemplos, límites, alimentos y atención de la salud para no desfallecer durante la travesía hacia el logro de nuestro proyecto de vida...
- La comunicación y el ejemplo son las dos principales claves. Hablar con los hijos desde la infancia es algo fundamental. Sin embargo, la mayoría se limita a mandar, a impartir órdenes o, lo que es peor, postergan el diálogo para los fines de semana, los feriados o las vacaciones. La vida transcurre día a día; por lo tanto los padres deben conversar con sus hijos en forma cotidiana, respondiendo a las necesidades e inquietudes que vayan surgiendo a diario.
- La falta de límites, la ausencia de prohibiciones y la libertad sin fronteras constituyen un maltrato tan grave como el físico. Los chicos que se desarrollan sin un marco de afectos y de normas crecerán en una informe libertad, y buscarán otras dependencias para redimirse de la angustia de girar en el vacío, sin nadie que los espere y sin nadie a quien esperar; sin adultos que le marquen límites. Cuando el niño no conoce los valores ni los límites, no desarrolla su capacidad para enfrentar las frustaciones inevitables y necesarias en la vida. Si formamos personalidades débiles -incapaces de enfrentar conflictos y de elaborar frustraciones- les hacemos un daño grande a los chicos que les puede durar toda la vida. Estamos abonando el campo para las dependencias (droga y alcohol) y para los suicidios, la prostitución, la violencia y todo lo que implique destrucción de la vida.
- Los padres permisivos generan hijos tiranos, que se caracterizan por ser débiles y violentos. Los padres que no establecen los límites a tiempo, con firmeza y con amor, con frecuencia desautorizan a los docentes. Y, lamentablemente, lo que no corrigen los principales educadores (padres y docentes) terminan arreglándolo los médicos, los policías y -lo digo con mucho dolor- también los sepultureros.
- El problema surge porque los adultos, especialmente los padres, no predican con el ejemplo y a los chicos no les gusta escuchar sermones. Los ejemplos verbales no bastan. La gran clave de la educación es la ejemplaridad. Si la palabra de los padres no concuerda con su conducta, es decir si no hay coincidencia entre lo que dicen y lo que hacen -a esto el niño lo percibe muy bien-, no se podrán establecer límites. Estos, incluso, resultan contraproducentes cuando el hijo ha advertido que el ejemplo de sus padres está vacío de contenido. Ahora, si los límites, el “no” y la orientación que se le da al chico se reflejan en los actos de sus padres, los límites funcionan y adquieren toda su magnitud formadora. Los niños necesitan límites, pero sin sobreprotección ni maltrato. Hay que ayudarlos a construir la autoestima, a educar las emociones, a desarrollar la conducta moral y ética, a formar buenos hábitos, a alentarlos a jugar...
- ¿De qué modo incide el juego en la educación del niño?
- El niño que juega es feliz y debería hacerlo todos los días. Lo lúdico tiene un significado funcional importante en el desarrollo de la personalidad del niño. A través del juego explora el mundo que lo rodea, ensaya cómo relacionarse con los demás, comienza a expresarse, a socializarse y a desarrollar hábitos intelectuales, físicos, morales y sociales que serán vitales en su vida futura.
- Es un conocido factor de riesgo criar a los niños bajo normas rígidas, con autoritarismo y violencia física y verbal. Sus hijos tienen mala conducta, son rebeldes y nunca pueden resolver su relación con la figura de autoridad. Otros caen en la sumisión y se subestiman. Pero la mayoría repite el modelo autoritario al llegar a la adultez. Es un círculo vicioso...
-Por supuesto. Comprender no es consentir; no significa decir “sí” a todo. Los jóvenes de hoy -con sus inconductas- son las víctimas del miedo que tienen los adultos a decir “no”. Los límites son necesarios. Hay que ponerlos con firmeza y con cariño. Y aunque los chicos protesten, acaban siendo una fuente de seguridad y de amor.
- Tenemos que educar a la persona en su totalidad. En el hogar y en el aula debe tomarse al niño como una unidad de mente-corazón. Cuando digo corazón me refiero a la educación de las emociones, algo fundamental para que viva bien. La inteligencia emocional es más importante que el coeficiente intelectual, y esto lo comprobamos en la vida real: las personas más plenas y hasta con buena salud física no son las de mayor inteligencia racional, sino las que lograron educar sus emociones. También es importante que muestre metas para vivir la vida como proyecto. Ellos reclaman seguridad y que estemos convencidos de nuestro rol. Y no porque debamos ser perfectos o saberlo todo, sino porque debemos ser referentes válidos y confiables para ellos. Ahora, como nunca, deberíamos poner en práctica el mensaje de Juan Pablo II destinado a los niños y adolescentes: “hay que darles razones para creer y razones para esperar”. La Gaceta.
0 comentarios